jueves, 6 de agosto de 2009

Un aniversario burbujeante

Dom Perignon

Generalmente recordamos eventos que implican sucesos heroicos o muertes de personajes, catástrofes naturales o producidas por las guerras entre los hombres. Es muy raro que recordemos aniversarios de acontecimientos que produzcan alegría o regocijo y que nos conforten con la idea de que no todo lo que hacemos como género es tan malo. Nos gusta sufrir al recordar.

Este mes de Agosto se cumplen varias fechas que otros recordarán y celebrarán en los lugares que correspondan: aniversario de la muerte de Marilyn Monroe (hecho tristísimo pero inevitable, aunque me consuelan sus fotos), el aniversario del lanzamiento de la bomba en Hiroshima (hecho aún más triste y evitable, cuyas fotos no consuelan a nadie), el aniversario de la muerte de Cleopatra (no la de la película, la egipcia, de las que no hay ni fotos ni consuelo), el 180 aniversario del festival Bedrich Smetana en Sofía, e infinidad de otros que no mencionaré.

El aniversario que quiero celebrar es uno que es más leyenda que historia, pero que eminentemente es un aniversario alegre: la noche del 4 de Agosto de 1693, en la Abadía Benedictina de Hautvilliers, cerca de Épernay, en la región de Champagne en Francia, los monjes del claustro corrieron a la bodega al escuchar el jubiloso grito del hermano Dom Perignon, que me imagino estaba bastante alegre, no solamente por su descubrimiento, sino también por las rigurosas pruebas que había tomado de él.

La leyenda dice que Dom Perignon gritó a sus hermanos de claustro lo siguiente: "Vengan rápido, que me estoy tomando las estrellas". No especifica la leyenda cuántas galaxias se aventaron entre pecho y espalda los monjecitos esa noche memorable, pero me parece una frase exquisita que debe ser recordada con alegría: esa noche nacía el Champagne, vino de alta alcurnia actualmente y compañero de la élite social e internacional desde esa fecha.

Como en todas las historias que tiene finales felices, Dom Perignon fue nombrado jefe de la destilería de la abadía y duplicó la producción e influencia del vino producido en ella, que competía con otros vinos producidos en la región de Borboña, y es recordado como un hábil enólogo.

Su sistema de producción continúa vigente hasta nuestros días, salvo leves modificaciones técnicas, y su famosa frase se estampó en las etiquetas del champán producido por la abadía allá por 1880. Lo que la leyenda no menciona es que Dom se pasó casi toda su vida tratando de quitarle las burbujas a su invento para evitar el proceso de refermentación que era un problema en sus días...

Menos mal que no tuvo éxito.


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