viernes, 20 de julio de 2012

El Quinto Jinete

Entre las tremendas revelaciones y visiones que describe San Juan en su libro del Apocalipsis (o Revelaciones) hay una que ha permeado el inconsciente colectivo del mundo occidental y permanecido en él desde hace mucho tiempo. Me refiero al contenido de los primeros 8 versículos del capítulo 6 del citado libro (Ap. 6:1-8), donde hacen su aparición los temibles  Cuatro Jinetes del Apocalipsis de notoria fama y, por lo que dice el profeta, de muy mala disposición. 


Estos cuatro personajes montan caballos de diferentes colores y cada uno tiene un atributo maligno y especial que ejercer sobre el género humano: 
Los Cuatro jinetes del Apocalipsis



El primero monta un corcel de color blanco y porta corona y arco. Sus atributos son vencer y ganar. Los estudiosos no se ponen de acuerdo en cuanto a lo que representa, pero tradicionalmente se le identifica con El Mal o La Peste


El segundo cabalga sobre un caballo de color rojo y porta una espada grande. A éste se le concede el poder de quitar de la tierra la paz y que los hombres se maten unos a otros. Este jinete representa La Guerra.


Al tercero, ensillado en un caballo negro y llevando una balanza en la mano, se le da el poder de controlar el suministro de alimentos. Es El Hambre.


Por último (como si faltaran más desgracias) viene un jinete enjaretado en un potro cuyo color es de dificil traducción, un color verdeamarillento que recuerda la palidez de un cadáver. El símil de la descripción del color es apropiado: este jinete representa La Muerte, y no trae nada en las manos según el texto, pero viene seguido del Hades, otro personaje bastante siniestro. Para no confundirse, la imaginación popular y las representaciones artísticas lo pintan con una guadaña, un puñal o una lanza. Su misión es obvia.


Estos cuatro aterradores personajes son desatados sobre la humanidad al abrirse los primeros cuatro sellos de los que habla Juan en el libro, pero no voy a referirme a más detalles con respecto al Apocalipsis, el lector puede fácilmente consultarlo en su Biblia. Lo importante es que estos cuatro amiguitos pueden identificarse como enemigos de la humanidad, azotes del género humano, llenos de odio contra los hombres, hacedores del mal y portadores de múltiples desgracias.
El Quinto


No se ofenda nadie si les digo que creo que falta un jinete aún mas mortal que los anteriores y que por desgracia nunca ha sido mencionado. Este quinto jinete todos lo conocemos y nunca ha estado sellado, siempre ha estado entre nosotros, medrando y engordando hábilmente a costa de los demás, causando daño y dolor comparable con cualquiera de los cuatro jinetes bíblicos.


El quinto jinete nunca ha andado montado en un caballo por su cuenta, pero si lo hubiera hecho su jamelgo sería variopinto y multicolor, del color que quieras verlo. En realidad siempre se mueve llevado por otros, en palanquín cargado por esclavos, carruajes de lujo y criados de librea o lujosos vehículos con pista de baile y bar incluidos. A este jinete se le concedió un atributo ante el cual los demás palidecen, el de la palabra. En su mano trae una lengua y su atributo es el de engañar e ilusionar hasta a los muertos.
"Cabalgando" con clase


Suelto desde siempre entre nosotros y provisto de un eficaz repertorio de engaños ha causado más males que ninguna otra plaga. Sus acciones han conducido a la desgracia a millones y, como el monito del whisky Johnnie Walker, "sigue tan campante". Le vemos diariamente en los periódicos, en la tele, en espectaculares anuncios, oímos de él por la radio, nos llama por teléfono para saber qué pensamos de él, nos lo encontramos en la calle rodeado de gente.


¡Hay peligro! ¡Crèanme!
Su método de operación es infalible porque nos han programado desde que empezaron a mentirnos en la época de las cavernas, cuando este personaje convenció a los demás brutos que lo dejaran cuidando a las mujeres y los niños mientras todos iban de cacería porque podrían ser atacados por una tribu enemiga. Lo que no les dijo fue que la tribu más cercana estaba en Africa y ellos en Europa, un pequeño detalle que solamente él sabía. Desde entonces nos engañan con una facilidad impresionante y lo seguirán haciendo, porque como dijo el Filósofo de Guemez (Tamaulipas, México): "Dos cosas no pueden esconderse, la preñez, y lo pendejo", y agregaría yo, la ilusión de creer en algo.


No hemos aprendido nada de él y seguiremos sufriéndolo a pesar nuestro. Y no me refiero solamente a un país sino al mundo entero, a todas las razas, a todos los tiempos. Este jinete vino para quedarse a seguir ejerciendo su magia aún con los otros cuatro, que ya todos conocen y cuando los ven todos salen corriendo. 


Del Quinto Jinete nadie corre, al contrario, hasta los muertos votan por él: es El Político, el peor de los cinco.





jueves, 19 de julio de 2012

El Retorno de las Lágrimas

José Alfredo
En "Camino de Guanajuato", famosa canción del compositor José Alfredo Jiménez, se encuentra una verdad que hasta hace poco se ha vuelto real en mi vida. No me refiero a la afirmación "la vida no vale nada", que no comparto con el autor para nada, sino a otra que le sigue: "Comienza siempre llorando, y así llorando se acaba".  

Tan obvia y banal afirmación me parecía antes tan evidente que nunca consideré su significado, ni aún cuando la cantaba con gran sentimiento enmedio de alguna borrachera. No era digna de mayor consideración o reflexión de mi parte.

Ahora, con bastante mas camino recorrido en la dirección que todos tomamos desde que nacemos, con mas tiempo entre las manos que el disponible antes, pero sobre todo con una fragilidad sentimental propia de la vejez, la entiendo.

Comienza siempre llorando...
Al nacer lloramos para abrir nuestros pulmones, iniciando nuestra vida mudos de palabras, pero llenos de llanto. Expresamos nuestro disgusto, tristeza, cólera, hambre o pañales mojados y sucios con diferentes intensidades y tonos de llanto, y las lágrimas vienen fácilmente. Ya en la infancia, cuando empezamos a expresarnos con palabras y frases, las lágrimas brotan con menos frecuencia pero no cesan de aparecer, aunque los estados de ánimo que reflejan son mas selectos: lloramos de tristeza, por miedo, por dolor, por soledad.

Los hombres no lloran.
En algún punto de nuestro desarrollo los varones perdemos la espontaneidad para derramar lágrimas. 

No la perdemos porque deje de existir, no, para nada, simplemente la reprimimos, porque no es de hombres llorar. Se permite hacerlo en casos sumamente especiales, como la muerte de un ser querido, siempre y cuando el ser querido sea nuestro ascendiente o descendiente directo, o nuestro cónyugue. En esas ocasiones sí se vale, nadie va a criticar a un hombre por llorar la muerte de su esposa o de su madre, aunque se espera que sea un llanto discreto y controlado, unas lagrimillas escurridizas mientras se aceptan condolencias. El verdadero llanto se reserva para el momento en el que estamos solos o cuando mucho rodeados de nuestra familia inmediata. 

Llorando en un bar...
Otra ocasión en la que las lágrimas pueden aparecer es cuando estamos borrachos y perdemos el control de la valvulita que suelta al llanto además de otros controles. Sin embargo, el borracho llorón generalmente se queda solo, y el ocasional se muere de verguenza y resaca al día siguiente.

Las lágrimas que provoca la risa son aceptables, ya que no son consideradas voluntarias. No estoy seguro si son aceptables las lágrimas que nos pueden producir dolores intensos o enfermedades atroces...los hombres se aguantan.

No me llevaron...
Y vuelvo a mencionar que ahora entiendo lo que dijo José Alfredo. Considerando nuestra vida como una expresión en línea recta que inicia a partir de nuestro nacimiento y termina cuando morimos, ciertamente que el llanto vuelve a hacer una aparición súbita y arrolladora cuando llegamos cerca de donde termina la línea. Una simple verdad que me estremeció esta mañana cuando manejaba en una avenida y ví a un perro corriendo tras el vehículo de su dueño, que se alejaba cada vez más del pobre animal. bastante tonta la situación, pero sentí una lástima infinita por el noble animal y me pregunté porqué el dueño no paraba y lo subía al carro. Los seguí por varias cuadras hasta perder de vista el vehículo. Finalmente, el perro, agotado, seguía medio trotando, medio caminando en pos de su dueño.

Confieso sin verguenza que se me llenaron los ojos de lágrimas.

Viejito llorón.
Lo peor del asunto no es que me haya herido el sentimiento la situación, sino la revelación implacable que siguió al acontecimiento: me he vuelto un viejito llorón. Así, sin más. he llegado al umbral donde mis sentimientos se desparraman con una facilidad asombrosa y los ojos se me humedecen hasta por las más nimias idioteces. Lo dicho: viejito llorón. Los muros que tanto contuvieron al llanto se han roto y éste ha vuelto por sus fueros con afán de venganza.

Ahora entiendo cómo es posible que se derramen lágrimas leyendo un libro, oyendo una melodía en particular o evocando un recuerdo especial. No necesariamente tienen que ser la tristeza o la infinita soledad de la vejez las que causen estas inundaciones oculares, a veces una imagen fugaz, una palabra o hasta un desprecio las provocan. 

Me cuesta admitir que es bonito sentir y llorar a gusto. Todavía trato de ejercer un control semi fascista sobre mis estados de ánimo y mis lágrimas, que pensaba que se habían secado, pero este control es cada vez más cómplice de la rebeldía de mis glándulas lacrimales, que están creciendo cuando todo lo demás se seca y arruga. ¡Lagrimitas de viejito, por Dios!

Lo peor del caso es que ya estoy anticipando mis lloriqueos solitarios, cuchicheados en la oscuridad de mi cueva, lamiéndome heridas imaginarias y recordando cosas que nunca sucedieron o que recordaré tergiversadamente...las posibilidades para chillar se me antojan infinitas a partir de aquí.

Lo único a lo que le tengo terror es a llorar viendo una telenovela. Eso sí que sería pavoroso, aunque si me he echado una que otra lagrimilla viendo algunas escenas de películas, algunas gloriosas y otras tristes. Como dije antes, las posibilidades para descargarme de todas las lágrimas que reprimí se antojan infinitas y el deleite anticipado de irlas descubriendo no me asusta.

Otro de los beneficios y descubrimientos de mi naciente vejez.